miércoles, agosto 22, 2007

martes, agosto 21, 2007

domingo, agosto 19, 2007

A los poetas

En primer lugar no deberá el poeta moderno haber leído, ni leer jamás, los autores antiguos latinos o griegos, porque tampoco los antiguos griegos o latinos nunca han leído a los modernos. No deberá tampoco conocer nada del metro y verso italiano, exceptuando alguna noticia superficial, que el verso se forma de siete o de once sílabas; con la regla podrá después componer a capricho, de tres, de cinco, de nueve, de trece y aún de quince. Dirá, no obstante, haber estudiado todos los cursos de Matemáticas, Pintura, Química, Medicina, Leyes, etc., declarando que finalmente el Genio lo ha llevado con violencia a la Poesía, sin que él conozca las diversas maneras del buen acentuar, rimas, etc., como tampoco los términos poéticos, ni las fábulas, ni las historias, pero introduciendo en las Óperas suyas algún término particular a las ciencias arriba mencionadas, o de otras que no tengan nada que ver con los principios del arte poético.

Llamará por lo tanto, a Dante, Petrarca, Ariosto, etc., poetas obscuros, ásperos y aburridores, y en consecuencia poco o nada imitables. Estará bien provisto de varias modernas poesías, de las cuales tomará sentimientos, pensamientos y los enteros versos, llamando al hurto, loable imitación.

Antes de componer un libreto de Ópera, el poeta moderno pedirá al Empresario una lista detallada de la cantidad y calidad de las escenas que este Empresario desee, para introducirlas todas en el Drama, advirtiendo que si se introdujesen aparatosidades de sacrificios, cenas, cielos en la tierra u otros espectáculos se deberá entender bien con los maquinistas, para saber cuántos diálogos, soliloquios, arias, etc., deberá agregar para que tengan tiempo suficiente para armar la próxima escena, aunque con tales interpelaciones la Ópera pierda fuerza, cohesión y aburra soberanamente al auditorio. Escribirá toda la Ópera sin planearse ninguna acción definida de la misma, y componiéndola verso por verso de modo que, no entendiéndose nunca el argumento, el público permanezca con atención hasta el final. Advierta el Poeta moderno, por sobre todo, que sus personajes entren en escena sin motivo, los cuales después se irán uno a uno después de haber cantado la canción de rigor.

No buscará nunca la habilidad de los actores, pero sí si el Empresario está bien provisto de un buen oso, de un buen león, e un buen ruiseñor, de buenas flechas, terremotos, relámpagos, etc. Introducirá una escena magníficamente decorada y de gran aparatosidad al final de la Ópera, para que el público no se retire antes de terminar, cerrancodon con el coro habitual en honor del Sol, o de la Luna, o del Empresario.

Dedicando el Libro a algún gran personaje, procurará que éste sea más bien rico que sabio, y pactará el provecho de la dedicatoria con un buen mediador, aunque sea el cocinero o el mayordomo de este señor. Ante todo se informará por éste de la cantidad y calidad de los títulos, con los cuales deberá adornar la dedicatoria, aumentando además esos títulos con etc., etc., etc., etc. Exaltará la familia y las glorias de los Antepasados, utilizando muy a menudo en la epístola-dedicatoria los términos de liberalidad, ánimo generoso, etc; pero, no encontrando en el personaje (como a menudo acontece) motivos de elogio, dirá que él calla para no ofender su modestia, pero que la Fama con sus cien sonoras trompetas proclamará desde el uno al otro Polo su nombre inmortal. Terminará finalmente diciendo, en acto de profundísima veneración, que besa los saltos de las pulgas de los pies de los perros de su Excelencia.

Será cosa muy útil al Poeta moderno redactar una declaración para los lectores, diciendo que ha compuesto la Ópera en sus años mozos, y si pudiera agregar de haber hecho tal trabajo en pocos días (aunque hubiese tardado varios años), sería esto digno de un verdadero Moderno, demostrando alejarse del antiguo precepto: Nonumque prematur in annum, etc., etc. En tal caso podrá declarar además ser él poeta por afición, para distraerse de ocupaciones más graves: que no pensaba publicar su trabajo, pero por consejo de amigos y orden de sus patrones, se ha decidido a hacer esto, pero nunca por deseo de elogios o afán de lucro. Además, la virtud insigne de los Actores, el arte célebre del Compositor de música y la habilidad de las comparsas y del oso, corregirán los defectos del Drama.

En la exposición del argumento hará un largo discurso sobre los preceptos de la Tragedia y del arte poético, mencionando a Sófocles, Eurípides, Aristóteles, Horacio, etc., agregando al final, que es conveniente al poeta corriente abandonar todas las reglas, para encontrar el genio de este siglo corrupto, la desmoralización del teatro, la extravagancia del Maestro de Capilla, la indiscreción de los Músicos (castratti), la delicadeza del oso, las comparsas, etc...

(De El teatro alla moda de Benedetto Marcello)

jueves, agosto 16, 2007